Leí Bajo el cielo de Madrid en un momento en el que necesitaba compañía sin ruido. Durante un tiempo fue eso: un compañero fiel, de los que no interrumpen pero te acompañan. Me hacía sonreír cada vez que volvía a una frase, a una escena, a un recuerdo que ya no estaba solo en el papel sino también en mí. Y entonces me pregunté si acaso leer no se trata justamente de eso: cerrar los ojos y recordar, incluso aquello que todavía no vivimos.

Gracias a Bajo el cielo de Madrid, algo en mi rumbo se movió. No de manera estridente, sino como se mueven las cosas importantes: despacio, pero sin vuelta atrás. El libro me dio un empuje para empezar. Y, ¿por qué no?, para imaginarme una temporada en Madrid. Para pensar que a veces la vida también se escribe así, dejándose influir por una historia que llega en el momento justo.

Cuando conocí a Juan Carlos Ahijón y su vida, todo cobró aún más sentido. Bajo el cielo de Madrid es una novela valiente, descarnada, transparente. Un relato que pone en palabras la pérdida, el divorcio, las historias que terminan y las que comienzan, el sexo, el éxito, el fracaso profesional y esa búsqueda constante de la felicidad dentro del mundo queer.

A los 45 años —cuando muchos no se atreven ni siquiera a cambiar de dirección— Juan Carlos decide escribir su primera novela y la vida toma otro sentido. Consultor de negocio especializado en retail y moda, director de la ONG VP Forever en Bali, escribió el libro en Indonesia, donde vive gran parte del año. “La gente empatiza con esta historia queer, ahí está la clave de su éxito”, dice él. Y es cierto.

El protagonista, Bosco, es un hombre gay que, tras atravesar un divorcio, se enfrenta a los altibajos de la vida adulta: relaciones fugaces, una carrera profesional exigente y la sensación permanente de estar buscándose. Me devoré el libro. Bosco me fascinó. Su mundo también. La forma en la que se describen los lugares hace que parezcan eternos, como si siempre hubieran estado ahí. Quienes venimos de casa lo entendemos: escenas sacadas de una vida acomodada, luminosa, sin caer nunca en la presunción.

Me di cuenta de algo mientras leía: Bosco sería un amigo perfecto. De esos con los que te tomarías una copa en Madrid sin mirar el reloj, hablando de todo y de nada, compartiendo silencios cómodos y verdades incómodas.

El sábado 13 de diciembre se celebró la segunda edición del Club de Lectura Leyendo Madrid, creado por Ahijón, con el mecenazgo del Hotel Palacio de los Duques Gran Melià. En este palacio del siglo XIX convertido en hotel, con fachada isabelina y homenaje permanente a Velázquez, se ofreció un exquisito desayuno de aire castizo para comentar la novela.

El encuentro reunió a personalidades de la cultura y a lectores enamorados de la historia de Bosco, en un ambiente íntimo y elegante. Bajo el cielo de Madrid está a punto de lanzar su tercera edición y, en menos de un año, se ha convertido en uno de los libros más relevantes de la escena editorial nacional. Presentado en la Feria del Libro de Madrid, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México) y en Sant Jordi, hay quien dice que ya no se entiende Madrid sin esta historia. Y miles de lectores lo confirman.

El debate, dirigido por el empresario y conferenciante Alejandro Durán, se extendió durante más de dos horas. Los asistentes conversaron sobre la novela con la posibilidad —poco habitual— de hacerlo junto a su autor, convirtiendo a Leyendo Madrid en un club verdaderamente singular.

Al terminar Bajo el cielo de Madrid entendí que algunas historias no llegan para entretenernos, sino para empujarnos. Para recordarnos que todavía hay ciudades por habitar, decisiones por tomar y versiones de una misma que aún no conocemos. Madrid dejó de ser solo un lugar y pasó a convertirse en una posibilidad.

Bosco se quedó conmigo. Como se quedan los amigos imaginarios que, sin saberlo, nos enseñan a vivir mejor. Pensé que, si existiera, sería de esos amigos que aparecen justo cuando una está por empezar algo nuevo, copa en mano, sin demasiadas certezas pero con muchas ganas.

Y quizás de eso se trate este momento: de empezar. De escribir el próximo capítulo sin saber exactamente cómo será, pero sabiendo dónde quiero estar. Tal vez sea Madrid, tal vez sea solo el impulso que me regaló este libro. Pero lo cierto es que, bajo ese cielo —real o imaginado— algo en mí ya cambió. Y cuando eso pasa, no hay vuelta atrás.