ÁGORA

La sociedad del 'ghosting'

Chi di speranza vive disperato muore” (proverbio siciliano)

Vivimos tiempos de hiperconexión, donde un simple clic basta para comunicarnos con cualquier persona en cualquier parte del mundo. Sin embargo, paradójicamente, nunca habíamos estado tan expuestos a la forma de desconexión más fría y dolorosa: el ghosting. Este acto de desaparecer sin explicación, de cortar la comunicación de golpe y de convertir al otro en un espectro al que se ignora, no es solo una mala práctica en lo personal: es un reflejo preocupante de una sociedad insensible al sufrimiento ajeno que ha normalizado la evasión en lugar de la responsabilidad.

No puede ser más injusto y más cruel sentir ansiedad, no dormir y no tener la oportunidad “de cerrar” y sentir alivio, solo porque una persona que te importa ha decidido repentinamente que no mereces ni un segundo de su tiempo para interactuar contigo, aunque solo sea para decirte por qué no puede o no quiere hacerlo. En los peores casos, el desasosiego no tiene fin. ¿Qué puede pensar o sentir una persona para actuar así? Yo siento compasión por quienes no sienten compasión.

Técnicamente, el ghosting “consiste en interrumpir toda comunicación con otra persona sin aviso ni explicación. Aunque suele asociarse con relaciones románticas, también ocurre en amistades, entornos laborales o familiares. En la era digital, donde todo es más accesible y descartable, el ghosting se ha convertido en una opción fácil y frecuente para evitar conflictos incómodos” (Wikipedia). El caso es que es toda una preocupante tendencia. Parece que cada vez hay más personas que sienten este vacío emocional revestido de silencio.

En definitiva, en el ghosting existe una persona que se suele denominar ghoster, al que nosotros vamos a llamar ignorante (dicho sea con todo el sentido), porque literalmente es el que ignora al otro; y otra conocida como “ghosteada”, para nosotros el ignorado. Este último es que el espera y desespera mientras lamenta no tener noticias de una persona que aprecia y a la que, de repente, pierde por silencio y por omisión, desapareciendo completamente de su vida de forma innecesariamente brusca, como quien pierde a un ser querido en un accidente fatal, sin tiempo para los sentimientos ni para las despedidas. Es cierto que ignorante e ignorado se pierden mutuamente, pero si ya es negativo el qué, para el segundo no puede ser más cruel el cómo.

La violencia psicológica de tal práctica es brutal, ya que el ghosting no duele solo porque alguien se marche. Duele porque lo hace sin palabras, sin un mínimo gesto de humanidad. El silencio se convierte en sentencia, y la víctima carga con una doble herida: la pérdida de la relación y la incertidumbre corrosiva de no entender qué ocurrió. El ghosting roba la dignidad de una despedida y deja una cicatriz invisible, hecha de dudas y de culpa autoimpuesta.

Pero más allá del ámbito sentimental, el ghosting es también un síntoma social. Lo vemos en amistades que se diluyen sin aviso, en entornos laborales donde se cortan de raíz (y por algún motivo no revelado) relaciones cordiales y hasta procesos de selección sin dar explicaciones, dentro de instituciones frías e interesadas que callan frente a quienes esperan justicia. ¿Acaso esto no es una modalidad de acoso?

El ghosting es la cultura de la desresponsabilización elevada a la categoría de hábito. Es decirle al otro: “no me importas lo suficiente como para darte una explicación”. Y eso, en una comunidad que aspira a llamarse humana, debería avergonzarnos.

Se suele culpabilizar a las personas jóvenes de tales “nuevas” malas prácticas, pero no creo que sea algo generacional, sino una tendencia global. Se nos ha enseñado (a todos, jóvenes y menos jóvenes) a escapar antes que a enfrentar. La sociedad nos está educando, o quizá reeducando, para acumular contactos, no para cuidar vínculos.

Y cuando una sociedad normaliza cortar lazos con la frialdad de apagar un interruptor, ¿qué nos queda? Relaciones líquidas, emociones descartables, personas convertidas en simples iconos en la pantalla. El ghosting es tan peligroso porque puede ser el origen y la consecuencia de otros males mayores. Se encuentra en el ojo del huracán de un sinfín de situaciones tóxicas.

El ghosting es, en el fondo, una forma de violencia pasiva. No alza la voz, no deja moratones, pero sí genera ansiedad, baja autoestima y sensación de desecho. Y es urgente ponerlo sobre la mesa, porque cuando lo callamos, lo legitimamos. Necesitamos recuperar algo tan básico como la responsabilidad afectiva.

No se trata de prolongar lo que ya no queremos, sino de cerrar con respeto, de ofrecer la verdad aunque incomode, de reconocer en el otro a un ser humano que merece claridad. No hay vínculo tan pequeño ni tan efímero que no merezca un “gracias” o un “lo nuestro termina aquí”; o incluso un “no es un buen momento, hablaremos más adelante”.

Queremos dejar muy claro que este es un problema social, y nos afecta a todos. El ghosting no es solo una moda cruel de las relaciones modernas. Es un espejo donde vemos el reflejo de una sociedad que prefiere desaparecer antes que dialogar, que escoge la comodidad de la huida frente a la valentía del respeto. Romper con esa práctica es un acto de humanidad. Y quizá, en un tiempo donde la conexión se confunde con el consumo, devolver la palabra sea nuestro mayor gesto de resistencia.

En cuanto al ignorante, tratamos de comprenderle pero no podemos compartir, de ninguna manera, su modus actuandi. En efecto, existen algunos motivos psicológicos que autojustifican a quien, sin previo aviso, deja de hablar:

  • Sentimiento de superioridad (aunque los expertos dicen que puede encerrar todo lo contrario, un cierto complejo de inferioridad), o “justicia verdugo” de una persona que cree que merece un castigo.
  • Evasión del conflicto y miedo a confrontar la incomodidad. Para muchos, asumir la responsabilidad de comunicar un rechazo resulta emocionalmente más difícil que simplemente desaparecer.
  • Falsa empatía o autoprotección. Algunos realmente creen que ghostear es “menos doloroso” para todos que enfrentar una conversación honesta.
  • Falta de compromiso en relaciones superficiales. En la cultura de las apps de citas, el vínculo suele ser efímero, lo que naturaliza la desconexión abrupta.
  • Ansiedad e inmadurez emocional. La incapacidad para manejar emociones complejas o presiones sociales genera esta respuesta de evitación.

Muy posiblemente, estos ignorantes necesiten ayuda. Pero esto no es una excusa para su comportamiento. Nadie tiene la culpa ni debería pagar los platos rotos de que otra persona no esté bien. Y es que los efectos psicológicos para la persona ignorada son terribles:

  • Dolor y falta de cierre. La comunicación inesperadamente interrumpida deja un vacío emocional que genera confusión, deterioro de la autoestima y abandono de la confianza.
  • Reflejo físico del rechazo emocional. Estudios neuronales muestran que el rechazo emocional activa áreas cerebrales similares a las del dolor físico, amplificando la intensidad de la experiencia.
  • Ansiedad, inseguridad y rumia emocional. La ambigüedad de no saber por qué termina la relación potencia los pensamientos repetitivos y el auto-cuestionamiento. La base psicológica de este punto es la llamada teoría del apego (de Bowlby) y la ansiedad por el rechazo.
  • Impacto sobre la autoestima y la confianza. El ghosting puede generar un auto-castigo interno, dudas sobre el propio valor y miedo a nuevas conexiones.
  • Erosión del deseo de intimidad. El trauma de ser ignorado puede llevar a una protección emocional generalizada, dificultando nuevos vínculos y profundizaciones afectivas.

Pero cada palo aguanta su vela. Las consecuencias para quien ignora quizá no son tan dolorosas, pero desde luego tampoco agradables:

  • Sentimientos de culpa y remordimiento. Aunque desaparece sin explicaciones, sabemos que aproximadamente la mitad de quienes ghostean admiten sentir culpa o incomodidad por su actitud.
  • Desensibilización emocional. Cuando el ghosting se convierte en un recurso habitual, emerge un patrón de evitación que impide lidiar con la intimidad y el conflicto. La empatía se erosiona y la primera víctima es la persona que se vuelve insensible.

Sin embargo, insistimos, aquí las verdaderas víctimas son las personas ignoradas. Por ejemplo, las horas finales del día las carga el diablo: cada vez que el ignorante decide no perder treinta segundos en decir, si quiera, “no es un buen momento”, el ignorado se desvela durante toda una noche.

Viendo el vaso medio lleno, la única ventaja que tiene la persona ignorada es que puede enviar un mensaje diciendo todo lo que piensa, cómo se siente y qué le disgusta de la situación, desde la asertividad pero sin perder las formas, por supuesto. Muy probablemente, no va a tener réplica alguna, pero dicho queda. Se llama libertad de expresión, ya que la otra persona nos puede “prohibir” hablar con ella, pero no hablar. Tómese como un (posible) consejo: si le han hecho ghosting y cree que haciendo esto se va a sentir algo mejor, envíe ese último mensaje y considérelo una pequeña victoria.

Quizá la necesite. La persona ignorada, huelga decirlo, no es menos que la ignorante, aunque puede llegar a sentirse así. Y por supuesto, su tiempo, el que pierde en cantidades industriales en su cabeza, intentando entender, o interpretando el silencio, o especulando, o simplemente sufriendo, no es menos valioso. Es la angustiosa espera del que mantiene viva la llama que ha apagado el ignorante por “silencio administrativo”, con lo fácil que es tener una conversación de dos minutos. Pero no.

La conclusión es evidente; el ghosting ejemplifica una carencia de responsabilidad afectiva: la falta de disposición para gestionar el fin de una relación dignamente. Más allá del “daño psicológico”, implica una vacuidad ética: terminar sin explicar es dejar al otro en el limbo de lo incomprendido. En su forma más extrema, el ghosting es una coerción emocional silenciosa, una variante moderna del silent treatment que margina sin denunciar, sin nombrar la ruptura.

El ghosting no es solo un acto de desaparición: es una renuncia a contar la verdad, es un síntoma de una sociedad digital que no quiere asumir el final de lo que empieza. Este problema no puede seguir siendo banalizado. Romper sin aviso no libera a nadie: solo abandona al otro en una memoria dolida y muda.

Dicho todo lo anterior, quede claro que quien suscribe no es experto en psicología (todo mi respeto a los verdaderos especialistas), pero sí un analista social con cierta experiencia y, sobre todo, una persona que defiende ciertos valores, de modo que considérese este artículo como una crítica contundente a la crueldad silenciosa de una sociedad que huye. El ghosting es una moda horrible. No lo practiquen.

Personalmente, me disgusta sobremanera ser el ignorado, y por eso nunca seré el ignorante. Quiero pensar que la regla de oro continua siendo “No trates a otra persona como no te gustaría que te tratasen a ti”. Quid pro quo. Valga pues la presente como un aviso a navegantes de que el barco de esta sociedad del ghosting puede naufragar si dejamos que choque contra el iceberg del egoísmo, la insensibilidad, la falta de empatía y la superficialidad. Seamos mejores que eso.

Víctor Almonacid Lamelas

Víctor Almonacid

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Víctor Almonacid
Etiquetas: tercera

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