En Baleares siempre se dio por hecho que el mar era un bien accesible, un espacio donde cualquier familia podía aprender a navegar, donde los niños descubrían la vela en un club modesto y donde la actividad deportiva convivía con un puerto vivo, útil y pegado al barrio. Esa imagen, sin embargo, empieza a parecer un recuerdo. El mapa portuario del archipiélago está en plena reconfiguración, y no precisamente por casualidad. Concesiones a clubes náuticos que caducan, concursos eternos, empresas internacionales que aterrizan con ofertas millonarias y decisiones políticas que dibujan un modelo cada vez más orientado al dinero que al deporte.
En medio de este escenario, la reciente sentencia que ha devuelto la concesión al Real Club Náutico de Palma ha alterado el tablero. El fallo se ha interpretado como la prueba de que todavía hay espacio para defender el modelo social, pero también como una advertencia. "Si el club más potente, histórico e influyente del archipiélago ha llegado a vivir una situación así, ¿qué esperanza queda para los más pequeños?" asegura Toni Estades, presidente de la Asociación de Clubes Náuticos de Baleares. Estades lo resume con una frase que funciona como una futura tesis universitaria: “En Madrid el mar está muy lejos, pero los lobbies están muy cerca”.

Con él como guía, mallorcadiario.com traza la radiografía actual de los clubes náuticos de Baleares, su ecosistema, sus amenazas y las heridas abiertas tras la desaparición de entidades históricas como el Club Náutico de Ibiza o el Molinar. Un viaje que muestra, con claridad incómoda, que la náutica social vive uno de los momentos más delicados de su historia.
PORTS IB Y AUTORIDAD PORTUARIA, DOS MODELOS CONTRAPUESTOS
Para entender el presente hay que mirar quién manda dónde. El reparto de competencias puede marcar la vida o la muerte de un club.
Ports IB gestiona la mayoría de puertos deportivos tradicionales y la gran red de clubes náuticos con arraigo local. Instalaciones donde la prioridad es la enseñanza de la vela, la participación social y la accesibilidad. Mucho barco de menos de 12 metros, mucha escuela infantil y mucha actividad comunitaria. "Son clubes que forman generaciones, pero también vulnerables frente a la presión económica" asegura Estades.
En paralelo, la Autoridad Portuaria de Baleares (APB) controla los puertos de Palma, Alcúdia, Maó, Eivissa y La Savina, los más rentables y estratégicos, "los llamados puertos comerciales". Su lógica es muy distinta. O lo era hasta la llegada de Francesc Antich y Javier Sanz. “Ellos cambiaron -aunque fuera ligeramente- la visión de los clubes náuticos en la Autoridad Portuaria”, asegura Estades. Hasta ese momento, la APB funcionaba como una máquina de recaudar, con mucho más interés en el rendimiento económico que en la función social de los clubes. “Hasta hace diez años la Autoridad Portuaria casi no distinguía entre un club náutico y una marina”, recuerda.

En ese esquema, el deporte competía en inferioridad con intereses empresariales de muy distinto tamaño. Se trabajaba de espaldas al mar, como si fuera de los muros del edificio portuario no existiera la vida de los clubes ni su labor formativa.
Estades explica sin rodeos esta realidad. Dice que donde ve “más peligro para el modelo social es en los puertos que dependen de la Autoridad Portuaria. Los clubes náuticos no son marinas y parece que no siempre se entiende esa diferencia”. Un desconocimiento que puede resultar comprensible entre ciudadanos no especializados, pero que sorprende tratándose de un organismo público creado precisamente para gestionar la franja de tierra que bordea el mar.
En el lado autonómico, el clima es ligeramente distinto. A diferencia de la APB, Ports IB debe mantener un diálogo más fluido con los clubes. "Actualmente tratan las direcciones y la toma de decisiones de forma coordinada con las entidades náuticas de las islas". No se busca reemplazarlas, sino apoyarlas. “Estamos tramitando una modificación de la ley de puertos y todos los grupos parlamentarios, de izquierdas y de derechas, han reconocido la labor de los clubes y la necesidad de protegerlos”, explica Estades. “Trabajamos para crear un sistema normativo que proteja la labor social y deportiva que tienen nuestros clubes”.
MALLORCA, LA ISLA DONDE LOS CONCURSOS SE JUEGAN A VIDA O MUERTE
El terremoto marítimo que se vive en Baleares en los últimos quince o veinte años ha provocado cambios profundos. En algunos casos, la escena se parece a la de una obra vista desde detrás de una valla. De un día para otro desaparecen clubes históricos, como si una bola de demolición hubiera arrasado los cimientos de un hogar. Vidas, recuerdos y anécdotas eliminadas de un plumazo por la firma de un documento en un despacho de alguien que, muchas veces, apenas conoce lo que está borrando.
“Es cierto que muchos clubes necesitan reformarse y adaptarse a los nuevos tiempos”, admite Estades. Pero para el presidente de la Asociación de Clubes Náuticos “se debería haber comprendido mejor aquello que se está erradicando. No se puede tratar igual a un club social que a una empresa”.
La mayor parte del seísmo náutico se cocina en Mallorca, donde conviven clubes consolidados, otros bajo presión y algunos que directamente ya no están.
El Club Nàutic Arenal ha pasado años complicados. Tras la concesión por 30 años firmada en 2011, el club respiró y la calma parecía haberse instalado de nuevo. Asumieron que hacía falta renovar sus instalaciones y proyectaron un plan ambicioso que se ha traducido en un crecimiento notable y en un reconocimiento deportivo internacional. La posterior decisión de la Autoridad Portuaria de cuestionar aquella prórroga abrió un conflicto que el TSJIB ha acabado cerrando a favor del club.

Otro de los nombres propios es el Club Nàutic del Portitxol. En este caso la gestión depende de la Autoridad Portuaria y durante años sobrevoló la preocupación por una posible desaparición a medio o largo plazo. No hay que olvidar que en esa zona portuaria de Palma conviven amarres gestionados directamente por la APB y amarres propiedad del club. Aquí, a diferencia del Náutico de Palma, se ha conseguido un acuerdo. “Con Javier Sanz al mando se ha llegado a un proyecto consensuado con los socios y con la Autoridad Portuaria”, explica Estades. Queda por ver si el tiempo de concesión concedido será suficiente para ejecutar las reformas necesarias y consolidar el modelo.
Uno de los principales damnificados por la diferencia de criterios entre APB y socios ha sido el Club Marítimo de El Molinar. Un espacio que se ha reformado recientemente y donde ahora opera un restaurante más elitista y alineado con las expectativas de la Autoridad Portuaria. Un restaurante que, además, decidió saltarse la normativa municipal y portuaria para levantar un trastero destinado a basuras. Los amarres tienen también nuevo dueño: la empresa Nautic Assets Developers Team, que gestionará las plazas durante los próximos 18 años. “Veremos a qué precio ponen los amarres”, apunta Estades. “El tiempo dirá si la decisión es acertada. Yo lo vivo con pena. Se ha perdido una historia de Palma, fue una pérdida terrible”.
La situación más extrema sigue siendo la del Club de Vela Port d’Andratx, con una sentencia del Supremo que deja al club prácticamente sin nada. La resolución retira instalaciones esenciales y abre la puerta a una reconversión casi total. “Andratx se queda sin nada”, lamenta Estades. “El adjudicatario que recurrió, con más puntuación en el concurso de 2004, se quedará todas las instalaciones. Es un ejemplo claro de lo que pasa cuando un concurso se convierte en campo de batalla jurídica y económica y el deporte deja de ser prioritario”.
Y luego están los gigantes privados: Port Adriano, Puerto Portals, Alcudiamar. Infraestructuras impecables, rentabilidad absoluta, pero casi nulas como puente social. La diferencia se ve incluso en el aparcamiento. No hay vela infantil, ni escuela de barrio, ni socios que llevan cuarenta años bajando al puerto a tomar café. Son negocios, y funcionan como tales.
MENORCA, TRADICIÓN EN TENSIÓN
Menorca ha conseguido, de momento, preservar buena parte de su modelo social. Clubes como Ciutadella, Fornells o Es Grau mantienen una actividad deportiva sólida, escuelas de vela activas y una relación estrecha con sus municipios. Pero tampoco escapan al aumento de cánones ni a la complejidad jurídica que acompaña a cada concurso.
El caso de Maó es paradigmático. Su concurso se ha convertido en una prueba de fuego. Estades, sin embargo, reconoce un cambio en el enfoque. “Las bases del nuevo concurso son puramente deportivas y de carácter social. La mejora económica no puntúa como antes. Lo social y deportivo tiene más peso. Es un cambio de tendencia importante”, afirma. Una buena noticia, aunque insuficiente para garantizar que la balanza no vuelva a inclinarse cuando aparezca una oferta desbordante de una empresa internacional.
IBIZA Y FORMENTERA, UNA GRAN PÉRDIDA
Ibiza y Formentera viven una situación difícil de asumir, con muchas críticas hacia la gestión que la Autoridad Portuaria está haciendo de sus principales puertos. En la memoria de muchos ibicencos sigue muy presente lo sucedido con el Club Náutico de Ibiza. Una concesión histórica, décadas de arraigo social, cientos de regatistas formados y un club que representaba a la ciudad.
“Y aun así se ha dejado caer”, resume Estades. La Autoridad Portuaria decidió otorgar una Autorización de Ocupación Temporal a la empresa Puertos y Litorales Sostenibles durante tres años, a la espera de resolver el futuro concurso. “Esperemos que las bases sean como las de Maó y se dé más protagonismo a la vida social y deportiva, algo que los clubes sí tienen. Pero por el momento el club deberá buscarse la vida. Es una pena”, insiste.

En el caso de La Savina, la reconversión total del puerto ha borrado prácticamente todo rastro del modelo de club local. La presión del chárter, el turismo náutico y las grandes embarcaciones ha convertido el puerto en un escaparate de alquileres de lujo. La náutica social, sencillamente, no cabe.
Mientras tanto, Sant Antoni mantiene una elevada actividad deportiva, pero vive bajo vigilancia permanente. Las empresas de chárter miran de reojo las concesiones que caducan y los varaderos que pueden reconfigurarse.
LA JUDICIALIZACIÓN COMO NORMA
La frase “el concurso está recurrido” se ha convertido en rutina en el ecosistema náutico. La Autoridad Portuaria acumula un porcentaje altísimo de procesos que acaban en los tribunales. Estades calcula que podrían “rondar el 80 por ciento”. Algunos recursos los gana la propia APB, otros los pierde, pero la incertidumbre es una constante.
Esa judicialización tiene efectos visibles. Inversiones paralizadas, puertos deteriorados, clubes que no pueden planificar a cinco años vista y proyectos deportivos que no saben si tendrán continuidad. Muchos directivos optan por no invertir cuando quedan pocos años de concesión porque no saben si podrán amortizar ni si seguirán gestionando el puerto. Esa falta de inversión acaba siendo utilizada como argumento para justificar cambios de modelo.
EL DINERO COMO ÁRBITRO SILENCIOSO
El canon ha crecido de forma abrupta en muchos puertos. Las exigencias de inversión también. Para un club social sin ánimo de lucro asumir esas condiciones es casi imposible. Para una empresa internacional es una partida más dentro de una estrategia global.
El resultado es simple. No hace falta expulsar a los clubes de forma explícita. El propio mercado, con las reglas actuales, los va apartando. “La parte débil de la ecuación somos los clubes náuticos por una cuestión de presupuesto”, admite Estades. “Nosotros buscamos protegernos. No queremos crecer ni ocupar espacios donde ya hay marinas. Solo queremos mantener lo que tenemos”.
El riesgo no es solo económico. Es cultural. Si desaparecen los clubes náuticos, desaparece la posibilidad de que un niño de barrio aprenda a navegar sin que a su familia le cueste una fortuna. Desaparece la vela base, las escuelas de verano, el deporte federado, las regatas sociales, la formación de monitores.
Baleares, una tierra que presume de mar, corre el riesgo de acabar en un escenario en el que el acceso al agua dependa más de un fondo de inversión que de un club que lleva sesenta años enseñando a virar a una generación tras otra. “La gente necesita ir a pescar, a navegar, a salir al mar”, recuerda Estades. “Si no hay clubes, el residente balear lo tendrá cada vez más difícil”.
LA SENTENCIA DEL NÁUTICO DE PALMA NO CIERRA EL DEBATE
La sentencia que devuelve la concesión al Real Club Náutico de Palma ha sido un balón de oxígeno, pero no una garantía de futuro. Pone límites a ciertas interpretaciones de la Autoridad Portuaria y reconoce el valor del club como institución social. Sin embargo, nada indica que los concursos vayan a dejar de ser el campo de batalla en los próximos años.

Estades, que conoce los entresijos, se muestra prudente. “Si esto le pasa al Náutico, imagina lo que puede pasarle a un club pequeño. El equilibrio está en riesgo”, advierte.
¿HACIA DÓNDE VA BALEARES?
El panorama abre dos caminos. Uno lleva a un archipiélago convertido en parque temático náutico, con muelles llenos de superyates y sin vela base. El otro pasa por reforzar el modelo social, blindar normativamente a los clubes sin ánimo de lucro y reconocer su utilidad pública como un valor intangible pero imprescindible.
La administración autonómica prepara una modificación de la ley de puertos que va en esa dirección. En paralelo, la gestión estatal sigue marcada por inercias internas y por una lógica más recaudatoria que deportiva, aunque Estades reconoce avances. “El concepto ha cambiado algo. Las últimas bases de Mahón son sociales y deportivas. Eso da esperanza”, comenta.
Aun así, el mensaje que lanza es claro. “No queremos crecer ni ocupar espacios que no nos corresponden. Solo queremos proteger lo que ahora tenemos. Si desaparecen los clubes, desaparece el acceso al mar para la gente de aquí”.
Si los clubes sociales pierden terreno, los beneficiados serán siempre los mismos. Grandes empresas capaces de asumir cánones y obras millonarias. Si esos modelos se imponen, la náutica balear cambiará para siempre. Dejará de ser un deporte accesible y pasará a ser un lujo más. Perderán las familias, perderán los deportistas, perderá la identidad portuaria de los pueblos. Y Baleares se quedará con un mar cada vez más vistoso, pero cada vez más ajeno.





